Travesía
El camino a Neptuno ha resultado más complicado de lo que esperaba; el sistema de calefacción, el radar y la antena de telecomunicaciones, han estado fallando repetidamente; a este paso, no estoy seguro de poder llegar a mi gélido destino; tendré que salir a hacer reparaciones; me recuerda tanto a mi vieja camioneta.
Se supone que a casi un año de travesía espacial el planeta rojo debería estar a la vista, pero no observo nada más que lejanos destellos de luces que titilan como una serie de focos navideños fuera de temporada.
Entonces me invade la sensación de estar a la deriva, de haber errado el curso, y la remota idea de estar perdido en el espacio empieza a caminar por los pasillos de mi mente, como una modelo cotizada en la pasarela de Paris Fashion Week.
Es fácil perderse en el vacío del universo; ser embestido por una lluvia de pensamientos recurrentes o quedar atrapado en el campo gravitatorio de una idea pesimista, donde, por supuesto, el tiempo transcurre muy despacio; igual que en la cercanía de un agujero negro.
De pronto, una voz apenas audible, me susurra al oído que aún no es demasiado tarde para dar media vuelta y volver a la Tierra; elijo ignorarla, me cercioro una vez más del curso a Neptuno, aseguro todos los sistemas, y me dispongo a entrar en la cámara de hipersueño, para dormir al fin dos o tres años, y despertar justo a tiempo, para contemplar la majestuosidad de Júpiter y los anillos de Saturno.
Por: Miguel Ángel García García
@letrasypalabras
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