Clases en la naturaleza
Aristóteles enseñaba en el Liceo, un espacio situado en el bosque, cerca de un santuario, que poseía una galería cubierta y rodeada de árboles. El filósofo paseaba por esa galería mientras discutía con sus discípulos.
Cuando estudié en la Universidad, unas de las clases que más disfrutaba y de las que guardo los mejores recuerdos eran aquellas en las que una profesora bastante sui generis sacaba a todo el grupo de estudiantes a una zona del campus verde llena de árboles.
Por desgracia, esos ejemplos son anecdóticos. Las clases en la naturaleza son raras. Encerrar a los estudiantes entre las cuatro paredes de las aulas es la expresión de una sociedad que se ha distanciado completamente de la naturaleza, sintiéndose superior. Es el modelo educativo que hemos usado durante décadas, pero no es el más eficaz.
Los 3 grandes “obstáculos”
El sistema de enseñanza moderno se resiste a la idea de las clases en la naturaleza porque se aferra a una serie de supuestos obstáculos que en realidad son mitos sin ningún fundamento.
Uno de esos mitos se refiere a la creencia de que los estudiantes no pueden concentrarse y prestar atención cuando reciben las clases al aire libre. Sin embargo, lo cierto es que los estudios demuestran exactamente lo contrario. Se ha demostrado que el simple hecho de tener una vista desde la ventana a una calle arbolada o un parque verde tiene efectos positivos en la atención, concentración y memoria de trabajo de los estudiantes. La clave radica en que los paisajes naturales nos ayudan a restaurar la atención, produciendo una especie de “delicada fascinación” que nos permite refrescar la mente.
El segundo gran mito se deriva del primero: dado que los estudiantes están distraídos, pierden el interés y la motivación por la clase. No hay dudas de que la motivación es un factor decisivo para el aprendizaje, pero precisamente las clases en la naturaleza se han relacionado con un mayor nivel de compromiso y disfrute del aprendizaje. Un estudio realizado en la Universidad de Minnesota comprobó que las clases al aire libre en los niños de primaria fomentan un mayor interés por la escuela y el aprendizaje en sentido general. Otro estudio de la Universidad de Linköping comprobó que las clases en entornos naturales potencia la motivación intrínseca por el aprendizaje, también en los adolescentes.
El tercer gran mito es una consecuencia de los anteriores, se piensa que los estudiantes se comportan peor en las clases al aire libre. En realidad, es todo lo contrario. Un experimento hecho recientemente en la Universidad de Illinois en el que participaron 300 estudiantes, la mitad de los cuales recibía las clases al aire libre en la naturaleza, demostró que los profesores podían enseñar el doble de tiempo sin ser interrumpidos por algún mal comportamiento de los estudiantes o para pedirles que prestaran atención. Además, estas clases mejoraron significativamente la participación de los alumnos, así como su nivel de atención y la motivación con el aprendizaje.
Derribemos los muros: menos estrés es sinónimo de más aprendizaje
Educar en la naturaleza, siempre que sea posible, contribuye a que los estudiantes se deshagan de la opresión que a menudo generan los cuatro muros del aula, así como de las tensiones de una situación que se percibe casi siempre como impuesta, obligatoria y, en sentido general, cualquier otro adjetivo que sea antónimo de disfrute.
Sin embargo, los niveles elevados de estrés son un indicador de malos resultados académicos. Al contrario, psicólogos de la Universidad de Stavanger han comprobado que las clases en la naturaleza contribuyen a reducir la cantidad de cortisol en sangre, además de disminuir la frecuencia cardiaca en los estudiantes y ayudarles a sentirse más relajados y a gusto.
Entonces, ¿por qué no salimos a dar más clases fuera del aula? O mejor aún, ¿por qué no convertimos cualquier escenario en un aula?
Quizá a la educación le ha pasado igual que a todos los sistemas sociales que, una vez que se implantan, parecen adquirir vida propia, se anquilosan y se convierten en agentes muy resistentes al cambio.
Quizá hallamos olvidado que “el arte supremo del maestro consiste en despertar el goce de la expresión creativa y del conocimiento”, según Albert Einstein.
Tal vez también hemos olvidado que “enseñar a los niños a contar es bueno, pero enseñarles a descubrir lo que realmente cuenta es aún mejor”, según Bob Talbert.
Sirva este artículo entonces, para refrescarnos la memoria.