Arte y revolución El modernismo como recurso estético
En 1906, y como una novedad de época, surge un proyecto editorial de mucha relevancia y trascendencia en todos los ámbitos del arte mexicano, ahí se fue construyendo el proyecto ideológico de lo que será la expresión cultural de lo nacional.
La revista Savia Moderna, fundada por Alfonso Cravioto y Luis Castillo León, contaba entre sus colaboradores a destacados artistas que trasformarían el tono del lenguaje estético: Diego Rivera, Saturnino Herrán, Ángel Zárraga, Armando García Núñez, Roberto Montenegro, Jorge Enciso, Francisco de la Torre, por solo mencionar a algunos.
Hecho relevante fue la exposición de pintura en 1906, que la revista Savia Moderna organizara, acto inusitado para la época dado que fuera de la Academia de San Carlos no se organizaban exposiciones. Fue inaugurada por el pintor Gerardo Murillo con una conferencia exponiendo las tendencias de la pintura y escultura.
Para los artistas el academicismo con la reiteración de temas religiosos estaba agotado, los cuadros bonitos eran mal vistos y volvían sus ojos hacia temas sociales, históricos, políticos, o del pasado prehispánico o la vida cotidiana.
En la Escuela Nacional de Bellas Artes, antigua Academia de San Carlos, la transformación en dicha dirección se suscitaba. Antonio Fabrés fue el último director contratado por el gobierno porfirista y con él los preceptos de la copia, enseñanza rigurosa, se iban desdibujando dando paso al modernismo, en boga en otras ciudades del mundo. Orozco y Diego Rivera fueron alumnos de Fabrés, de ahí su disciplina y rigurosa técnica, pero el ambiente revolucionario, de conflicto y cambio imperaba en el México revolucionario y daba rienda a nuevas construcciones de los discursos plásticos de los artistas.
La revolución
Para 1913, los artistas estaban involucrados en la revolución política e ideológica de su tiempo y se refleja en ímpetu por lograr una obra nacionalista, un discurso propio del país. Ejemplo de ello son los murales del friso de la Casa de la Cultura de Aguascalientes, en donde Saturnino Herrán pinta la obra de “Nuestros Dioses”, misma que quedará inconclusa. En el centro de la obra está una interpretación de la diosa mexica Coatlicue devorada por un cristo, mezcla símbolos prehispánicos con símbolos judeocristianos para expresar lo que eran las creencias del México de aquella época. La concepción plástica del ser mexicano se plasmaba, es el surgimiento del nacionalismo en pintura, en símbolos plásticos, los artistas comienzan a explorar el ser de un pueblo.
Saturnino Herrán con sus personajes indígenas y dioses prehispánicos, posada con la crítica social de sus grabados y panfletos, y José María Velázquez con los paisajes del campo, las formas plásticas nacionalistas comienzan. Atrás el arte ha dejado la copia renacentista y nace un arte nacionalista propio que se nutre de la revolución mexicana para aportar con imágenes los símbolos que hasta nuestros días nos refieren como mexicanos.
El mural de Herrán quedará inconcluso con su temprana muerte, Ramón López Velarde fue su entrañable amigo y a razón de su primer aniversario luctuoso le dedica las siguientes líneas:
>“…Si sólo la pasión es fecunda, procede publicar el nombre del amante de Herrán. El amó a su país, pero usando de la más real de las alegorías, puedo asentar que la amante de Herrán fue la Ciudad de México, millonésima en el dolor y en el placer. Ella le dio paisaje y figura, él la acarició piedra por piedra, habitante por habitante nube por nube...”
Ramón López Velarde
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Por: Mtra. Sandra Serrano Soto
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