Reflexión navideña
La llegada de diciembre siempre marcó el momento para hacer un recuento de daños y pérdidas, un inventario de activos y pasivos, un conteo personal. La Navidad siempre fue el momento más propicio para cerrar círculos y trazar líneas rectas, planear estrategias y fijar objetivos a largo y mediano plazo.
Separaba lo urgente de lo inmediato e impostergable, preparaba como todos mis listas de propósitos inalcanzables... dejar de fumar, hacer más ejercicio, salir a correr, acostarme y levantarme más temprano, comer bien; todas mis metas organizadas en perfecto orden de imposibilidad y en completa armonía con mi plan de vida, porque siempre, hasta hace algunos años tuve un plan de vida bien estructurado, al que cada año tenía que hacerle reformas, adiciones y mejoras.
Cuando me convertí en adulto lo primero que perdí fue la capacidad de asombro, no es mucho, es demasiado. La madurez y la responsabilidad que conlleva ser un adulto y padre de familia, no son compatibles con la habilidad de soñar despierto o al menos así pensaba. Por supuesto también fui niño y entonces la Navidad era algo muy distinto, era mágica. Esperaba con ilusión el mes de diciembre, por mi cumpleaños, por las vacaciones, por la cena, por la expectativa de descubrir a Santa en flagrancia, por los regalos, por los amigos y porque era la época más linda del año... ¿A poco no?
La noche buena invadía las tiendas y los hogares, la televisión proyectaba cuentos de Navidad y villancicos, decorar el árbol y colocar mi carta era fascinante, pero más lo era que al poco tiempo ésta desapareciera. Creo que todo esto de escribir comenzó precisamente con las cartas a Santa, la verdad es que a los Reyes nunca les pedí nada, digo, hubiera sido como abusar. Hace mucho tiempo que deje de escribirle, pero si hoy tuviera la oportunidad de hacerlo le diría:
“Querido Santa, es probable que no te acuerdes de mí y que al verme no me reconozcas ni siquiera viéndome fijamente a los ojos... pero soy yo, el mismo que siempre te pidió una bicicleta de carreras marca Benotto de color rojo. Todos estos años he tratado de portarme bien y de corregir aquellas faltas que se escaparon a mis buenas intenciones. Me descubro imperfecto, inconcluso, pero de buen corazón. Ya no quiero la bicicleta, ya estoy grande para eso, pero tampoco voy a pedirte la camioneta que tanto me gusta, esa algún día si todo sale mal me la voy a comprar; lo único que quiero pedirte es salud y un golpe de suerte, estar en el momento y el lugar adecuados. Por supuesto si no tienes tiempo lo comprenderé, sé que estás demasiado ocupado”.
He dejado de hacer mis balances anuales, ahora los hago en la noche antes de dormir cada dos o tres días; tampoco hago mis listas de propósitos, con el paso del tiempo uno va simplificando las cosas, hoy mi único propósito es inspirar y ser suficiente. Respecto a mi plan de vida ya no es un plan sino más bien una idea general susceptible de adaptarse a cualquier variable.
No obstante, la Navidad me sigue pareciendo la época más linda del año, me siguen gustando las luces, la cena y el árbol, pero sobretodo la compañía de mis hijos que ya son unos muchachos.
Miguel Ángel García
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