Cuestión de viento
Me dijo que sabía que volvería,
que era cuestión de viento,
que siempre supo que lo mío con la lluvia jamás resultaría,
que éramos un par de estrellas mirándose a los ojos.
Me dijo que sabía que volvería,
que era cuestión de viento,
que siempre supo que lo mío con la lluvia jamás resultaría,
que éramos un par de estrellas mirándose a los ojos.
Observo el mar de noche, desde la cubierta de un barco que me une al resto del mundo. En tanto, el viento que va y viene acaricia torpemente mi rostro.
Me dirijo a Neptuno,
a una velocidad media de crucero
me tomará alrededor de doce años alcanzar el frío planeta;
tiempo suficiente para editar mis listas de canciones
y terminar mis listas de tareas pendientes;
responder correos electrónicos y mensajes de WhatsApp;
suficiente para analizar mi pasado y mi presente,
guardarlos en una caja,
arrojarla al vacío del espacio
o prenderle fuego;
cerrar ciclos y círculos abiertos,
y resolver de una vez por todas los temas difíciles;
construirme,
deconstruirme,
volver a escribir.
Mi corazón es torpe,
no sabe de moderación ni prudencia,
no se contiene,
dice lo que siente,
no piensa,
no es mi cerebro.
Un hombre no debe tropezar,
si tropieza no debe caer,
si se cae tiene que levantarse;
no debe romperse,
si se rompe tiene que hacerlo
de tal forma que nadie lo note.